sábado, 31 de octubre de 2009

Remate

Las primeras impresiones de Montevideo me confunden. Cuando uno sabe que visitará un lugar nuevo se va forjando una imagen, a partir de lo que le cuentan los que han estado allí o de lo que lee. No sé qué me trajo hasta Uruguay. Por donde vine sí, quizá esa sea la razón. Cómo estar en un lado del Río de la Plata y no saltar al otro. Conozco unos cuantos naturales del país y algo les he oído hablar. No me imaginaba lo que estoy viendo. Me recuerda, sin haber estado, a Cuba. Vida en un escenario de los anhos 50.
Los coches, los edificios, todo se asemeja a una fotografía detenida en el tiempo. Recorro el casco histórico, portuario, dado el origen de la ciudad. La actividad de los barcos no cesa, aunque se ven, no obstante, construcciones abandonadas. La rambla o paseo litoral define un contorno en su waterfront, igual que en el Malecón de La Habana. Supongo que estas fachadas volverán a ser pintadas cuando Montevideo adquiera importancia como destino turístico.
Me recomiendan comer en El Mercado del Puerto, hoy dedicado enteramente a la hostelería. Una estructura de hierro de finales del siglo XIX o principios del XX cobija a decenas de negocios. En la mayoría, una parrilla ocupa el lugar central. En este viaje aún no he degustado la comida típica. Martín, un argentino con el que me he topado en el Ciudad Vieja Hostel, y yo convenimos en sentarnos en la barra de un bar lleno de gente local. No queremos que nos traten como turistas. La ilusión de sentirme integrado en el ambiente me agrada. El parrillero nos muestra diferentes cortes de carne. Martín elige un asado de tira y yo un ojo de bife. Mi plato, similar a un solomillo, estaba buenísimo.
Deambulamos para hacer la digestión y observamos una concentración de personas en una tienda. Entramos. Están haciendo un remate; es decir, una subasta de objetos de segunda mano. Hay de todo: esquíes, maquinaria, motores. La rematadora saca el siguiente lote, compuesto por dos handy. O sea, dos walkie~talkie. Si vamos a usar palabras prestadas de otra lengua, podríamos, amigos, ponernos de acuerdo en una y otra orilla del Atlántico.
El precio de salida era 350 (puede que me equivoque; 1 euro equivale a unos 30 pesos uruguayos). Subió a trescientos seten, para terminar en trescientos ochen. Por supuesto, por cada uno y con transformador incluído.

MVD





Al otro lado del Río de la Plata se encuentra Uruguay. La línea marítima que me va a llevar hasta allí no es muy conocida en Bs As, Colonia Express. Su base de operaciones está en el barrio de La Boca, cuna del tango, progresivamente abandonado como zona portuaria. Llego en el colectivo con el conductor insistiéndome en que de ahí no sale el barco. Es cierto que hay otra empresa que presta el mismo servicio y ésa sí es conocida (Buquebus). Cuando ya me he bajado del colectivo pregunto nuevamente a dos mujeres uniformadas. Me envían a otra dirección. Y tengo que estar una hora antes de la salida. Paro un taxi. No, no era lo que me habían dicho. Vuelta al mismo lugar que casi nadie parece conocer.
El recorrido por el Río de la Plata tiene su destino en Colonia del Sacramento, población fundada por los portugueses como fortín militar. Su casco histórico da cuenta de ese pasado. Pero no puedo verlo, hay una hora de más en Uruguay respecto de Argentina y si no me monto en el siguiente ómnibus voy a llegar tardísimo. Una vez arribado pregunto cuándo sale el próximo para mi siguiente destino. Menos de 24 horas después. O esperar 3 días más. Mis previsiones para esta escala no se están cumpliendo.
Llego al Hostal con cierta desazón. En El Viajero-Ciudad Vieja me recibe Martín, a quien le explico mi situación. En un rato me ha propuesto varias soluciones para enderezar el rumbo. Estoy en Montevideo.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Plata

Los españoles lo llamaron el Río de la Plata porque ese era su significado para ellos. El río por el que se transportaba el metal peruano y boliviano.
La plata fue fundamental para crear un mecanismo de cambio comercial estable, con el que los países europeos pudieron hacer negocios con seguridad, reduciendo los motivos de conflicto. No veré las minas que dan la prueba de la contribución de aquellas tierras a la civilización occidental.
El Río de la Plata separa Argentina de Uruguay. Un puerto importante a uno y otro lado. Para irme de Capital Federal, me subo en el colectivo. Esta vez me sobra cambio. He acumulado más de lo que voy a necesitar. Conseguir monedas en esta ciudad es una tarea difícil, aunque me dicen que antes era mucho peor. El colectivo sólo se puede pagar así, los billetes no valen. Una máquina se encarga de recoger el importe y emitir el billete. Evidentemente, las monedas son un bien preciado, ya que los colectivos son el principal medio de transporte público. Me pasó más de una vez que me rebajaron el precio de una compra en 1 peso para no tener que darme la vuelta. Los argentinos llaman al dinero "plata". Me sorprende que, pese a su Historia relacionada con este metal, la plata (o sus aleaciones más básicas) sea tan escasa en la Buenos Aires contemporánea.

Delta

En Tigre, nombrado así por los extintos jaguares que poblaban el área, se va a pasar el día. Está a unos 45 minutos en tren desde Capital Federal. Forma parte del Gran Buenos Aires. Locales y foráneos acuden allí por la llamada del Delta. Según me cuentan luego, uno de los dos únicos habitados en el mundo. Si no lo defino mal, un delta es el territorio comprendido entre los lados de un río. El Paraná, en este caso. Para verlo hay que montarse en un barco. En un catamarán o en una lancha. La última es la opción elegida, ya que se detiene en algún lugar de ese territorio. La lancha tiene ventanas y una capacidad para unas 80 personas.
Vamos por el río Sarmiento, un afluente del Paraná. El entorno es abrumador. La naturaleza muestra su lado más exhubarente, menos domesticada. Podría calificarse de paraíso, al menos en días apacibles. Nos dejan en un embarcadero público, la mayoría son privados y ahí sólo acceden sus residentes. Podemos dar una vuelta, literalmente, a la Isla, así la denominan. Ha llovido recientemente y el camino está interrumpido por la crecida. Una pareja del lugar señala los límites del paseo. "Hasta donde empiece la selva", dicen. Pregunto ingenuamente cómo voy a reconocerla. "La selva empieza donde acaban las casas". Lección para urbanitas.
El entorno se asemeja a los escenarios de Tom Sawyer. ¿Será el Misisipí el otro delta habitado? Volvemos al muelle Bora Bora. Me acuerdo de tantos establecimientos turísticos canarios y sus exóticas denominaciones. ¿Por qué? ¿No nos creemos un paraíso que no sea remoto, fuera de nuestro alcance inmediato?
Al cabo de un rato, mi dosis está satisfecha. Vuelvo en la lancha, junto con residentes de la zona. Se sitúan en la rampa sin hacer aspavientos para llamar la atención del barco, nosotros sí. Tenemos miedo de que nos dejen allí, abandonados en el paraíso. Veo una gasolinera flotante y otra embarcación transportando áridos nos cruza. El parque de atracciones espera la temporada alta. Un letrero clavado al suelo ofrece los servicios de un discjockey: "Leandro Campos hace tu fiesta en la Isla. Eventos, alquiler de equipos". La selva empieza donde acaba la presencia humana.

Euge

Asegura que también baila. Che, nunca la vi. Como guía turística no tiene precio, me indicaba hasta donde debía sacar fotos. Ésta fue la única que me dejó hacerle.
Cuando estaba en Gran Canaria insistía en que la luna allí se veía de forma distinta, resultado diferencial de estar en aquel o en este hemisferio. El movimiento del agua debía ser igualmente en sentido contrario. Soy muy torpe o su capacidad de vacile tiene connotaciones épicas. El otro día abrí el grifo y para mí que corría como siempre, en el sentido de las agujas del reloj. Seguiré probando.

Carola

Hermana menor de Jorge. La mayor de todos también vive en el barrio, con su familia. Quizá porque no son originariamente de Bs As han decidido vivir cerquita. Fue la culpable de que Euge y Jorge llegaran a Las Palmas, a donde había estado yendo desde hacía varios años. Ahora ha decidido quedarse en Capital Federal. Aquí tiene sus aficiones, como el tango, y sus vínculos con la naturaleza del argentino. ¡Cómo le va a esta gente el baile!
Me prestó un celular (teléfono móvil), con el que pude estar conectado. Conexión total.
¿Todavía tengo una oportunidad para probar? ¿Nos vemos en la Milonga de San Telmo?

Jorge

Estaba en El Bote y se acercó a hablar con nosotros. Un domingo por la tarde, el momento más tonto de la semana. Estuvimos vacilando hasta que decidimos, todos ya, incluido su amigo alemán, ir al Charleston. Antes de llegar allí, dijo por seguir la fiesta: "pasemos primero a ver a mi hermana y su amiga, que duermen en la furgoneta". Fuimos, pero el único verdaderamente perverso fui yo. Dormían como ángeles.
Nos encontramos un par de veces más. Siempre sin premeditación. Ahora he sabido que incluyó uno de esos episodios en un cuento suyo. Fue en carnavales. Se había perdido. "De eso se tratan estas fiestas, de perderse", le dije. Lo demás habrá que leerlo en el propio texto (Jorge, envíamelo).
El sábado pasado fue su cumpleaños y lo celebró con su grupo de amigos, Los Cachivaches. Tremenda fiesta fue, en la que muchos se turnaban para cantar (con amplificadores y demás) y todos bailaban. Una inmersión total en la cultura local. Disfrutaban como locos con el folclore. Especialmente con las chacareras. La próxima vez, si me vuelves a invitar, me animaré también yo.

Amigos




Como todo el mundo sabe, visitar una ciudad teniendo anfitriones es un lujo. Beneficio del que he disfrutado con Jorge, Euge y Carola. Me han dejado compartir sus costumbres, algunas de sus aficiones y han tenido la paciencia de soportar mis insistentes preguntas. Sus respuestas forman parte de estos apuntes, aunque no se les puede culpar de las inexactitudes que pueda haber transmitido, fruto de mi acercamiento apasionado, sí, pero apresurado.

lunes, 26 de octubre de 2009

Los muertos y los vivos



La historia es una suma de restos. Huellas con las que se interpreta el presente.

Pero siendo importante que existan, de nada vale si no se celebran, si no se les da un tratamiento adecuado. Como en otros lugares, Buenos Aires tiene varios cementerios venerados y frecuentados. El de Recoleta, en el noreste, es un compendio de nombres de la "buena sociedad" porteña. Descendientes de próceres de la patria y de todos sus poderes. La zona noble de la ciudad. Las fuerzas vivas se movilizaron para impedir que enterraran allí a la que resultó su huésped más popular: Evita. Lo que defendió en vida esa mujer, casada con un presidente de trayectoria militar, no les gustaba. Su defensa de los "descamisados". Una figura muy controvertida incluso para otros sectores de la población.

Al entrar en el recinto, una mujer con el pelo rubio teñido en no muy buen estado, recogido en una coleta, me detiene. Forma parte de la asociación que cuida del sitio y pide mi colaboración. Quiere que le compre una revista con los aspectos relevantes a visitar en el mausoleo. Entre ellos, un plano muy detallado sobre la ubicación de la tumba de Evita. La sorteo como puedo, rechazando educadamente su ofrecimiento. Me parece siniestra. Y no sé si está con Evita o contra ella. Qué pensaría la esposa de Perón de este personaje de estar viva. ¿Alabaría su instinto para buscarse la vida?

En Recoleta barrio se ve repetidamente una profesión curiosa. No es la primera vez que la había visto. Pero sí me sorprende la gran cantidad de profesionales del ramo. ¿Estarán asociados? Son los paseaperros. Pueden llegar a manejar a 30 animales simultáneamente. Cada uno con su propio lazo. No debe ser fácil caminar así y no caerse. Los sacan a pasear, los lavan y los llevan al veterinario. Los fines de semana la responsabilidad recae en los dueños de los mascotas, dice la guía Rough. Me quedo con ganas de hablar con alguno, pero me temo que no seré bienvenido y no lo hago. ¿Se rifarán a los cuidadores expertos?

Vuelvo de Tigre, en el Delta del Paraná [merecerá una entrada aparte]. A 45 minutos en tren desde Capital Federal. Como ha descrito tan bien el maestro de los narradores de viaje, Kapucinski, en su libro sobre África (de título Ébano), un medio de transporte con gente que sube y baja, va y viene, tratando siempre de sacar partido al momento. Con toda lógica, en esta línea, llena de turistas y excursionistas. Esto no es Capital Federal, sino el Gran Buenos Aires; donde se agrupa una población millonaria (en número) y trabajadora. Pasa un vendedor de chicles, de varios sabores, ofreciendo su producto a los pasajeros. También pasa un comerciante de Cd's, con los mejores éxitos de Música Latina. Recomienda vivamente a Chayanne. No creo que a éste le guste, a menos que le revierta derechos de autor.

Se presenta con una fotocopia este "niño de la calle, de familia pobre". El texto es claro: "Cualquier cosa me sirve, desde una moneda hasta un simple cariño". Vuelve y se lleva su papel. Llegamos a Tigre.

domingo, 25 de octubre de 2009

Vecinos

Los lazos de vecindad son fundamentales para crear comunidad. Sin duda, y aunque aún no sé cómo es, pertenezco a una pendiente de ponerle nombre y caracterizada por hacerse en el camino.

La primera noche en Tango Backpackers me llevó a compartir la habitación con tres lituanos. Cuando yo llegué eran más de las 10 de la noche y allí no había nadie. Elegí la cama a la carta. Una litera baja, la más pegada a la puerta. Cuestión de perspectiva. Estuve leyendo un rato la guía, que apenas había hojeado en el trayecto de avión, y me dispuse a dormir. Cuando ya estaba en fase REM, oí un fuerte movimiento en la puerta. Encendieron la luz y aparecieron dos tíos. Debí tener cara de estupefacción porque se disculparon. "Sorry", se fueron. Volví a lo mío. Una hora después, o así, otra vez lo mismo. Esta vez se instalaron y se acostaron. Menos mal. La cosa no termino ahí, pues un rato más tarde, otro estruendo en la puerta. No hay dos sin tres.

Las habitaciones están provistas de unas taquillas (en las que cabe fundamentalmente una mochila grande y poco más), para las que necesitas un candado. Lo venden en recepción por 10 pesos (menos de 2 euros; el cambio viene a ser 1 E=5'6 $). La primera sensación al entrar en una comunidad como ésta concierne a tu seguridad. Al menos a la percepción alimentada en los prolegómenos del viaje. Inquietudes varias. Por ejemplo, cuidar tus pertenencias, imprescindibles compañeras hasta tu retorno.

Como decido quedarme más días en el hostel, y no había reservado con anterioridad, me cambian de cuarto. Es viernes y van a tener trabajo. Me ponen en otro "dormi" de 6 plazas. Mixto. Jamón y queso. Cuando entro en el número 36, me encuentro a una chica de rasgos orientales que resulta ser noruega. Conoce Canarias. Lleva 3 meses viajando, creo, y va estar unos 9 en total. Está pensando en dar clases de inglés para ganar algo de dinero. Abro mi taquilla, asumiendo, mientras respiro profundamente, qué dejo dentro, qué me llevo. De las 6 camas (también literas), hay 3 ocupadas, 2 pendientes de adecentar y una restante. Obviamente, cojo ésta. Litera alta, encima de la oriental. Luego llegan los otros inquilinos. Uno con gafas, taciturno. Y otro fiestero. En mis entradas y salidas de la habitación, sigo una conversación entre la oriental y el fiestero. Él habla indonesio (un indonesio occidental, una oriental europea: qué mezcla), un idioma que sólo tiene un tiempo verbal. Ni presente, ni pasado, ni futuro. Qué punky.

Ese día, viernes, segundo en Bs As, recorro parte del norte de la ciudad por mi cuenta. Llego cansado, ceno por Plaza Serrano, un entorno de buen rollito. Se pone a llover desesperadamente y aquello se vacía de gente. Me voy a dormir. Cuando me acuesto estoy solo en la 36. Voy a poder mitigar el sueño viejo.

Sucesivamente, a lo largo de la noche, van entrando personas en mi dormi. Me doy cuenta, incluso, de que el otro lado de la estancia tiene un altillo, al que se accede con una escalera de caracol. En la puerta, un letrero: "Staff". A las 4 ó 4:30 un tío se mete en la cama de la oriental. Sé la hora porque ella, que estaba dormida desde hacía tiempo, lo pregunta. Creo que es el indoneso occidental. Los polos opuestos se atraen. Se entregan a su pasión, mientras mi cama se tambalea como un barco en altamar. Decido si unirme a la fiesta o hacer algún comentario irónico, amenazador o suplicante. Espero. Llevan más de una hora de entrega. Si me hubieran visto los del circo en ese momento, me hubieran contratado. Mi cuerpo levitaba mirando hacia abajo. Creo que sólo las uñas de los pies me unían con mi cama. Veo que con la ropa puesta se pueden hacer cosas muy apañadas. ¡Viva el espectáculo!

60 minutos más tarde alguien más entra. ¡Es el indonesio occidental! Me preocupo. ¿Quién está, entonces, en la litera de abajo? Mientras cabilo sobre esta circunstancia, otra pareja entra en el recinto. Suben por la escalera de caracol, donde el Staff. Al poco oigo los jadeos de la chica. Y hasta las nalgadas. La pesadilla del hombre solitario. ¡Cuánta gente sana hay en esta comunidad!

sábado, 24 de octubre de 2009

Mayo


















Visito el centro de Bs As con mis guías locales. Euge por la mañana y Carola por la tarde. Hace calor y algunos porteños aprovechan para tumbarse al sol. El tiempo está, no obstante, inestable. Tan pronto viene el frío como el calor. Un poco a la manera del mayo madrileño.
El mayo en este hemisferio sucede en otoño. Con connotaciones de alto valor simbólico para los argentinos. Llegamos a la Plaza de Mayo. En el lado oeste se encuentra el Cabildo, el órgano de gestión local de los territorios españoles de ultramar. Un edificio de arquitectura colonial, de los pocos que existen en Capital Federal. Esta institución, sin valor administrativo en la actualidad, fue clave en la Independencia del país. Los británicos querían invadir la ciudad y las fuerzas vivas locales se reunían para preparar la defensa. Consiguieron expulsar a los anglosajones y, de paso, a los españoles. Esa guerra les había enseñado que no necesitaban a nadie para ser una comunidad. Una frase célebre se creó en la ocasión: "el pueblo quiere saber de que se trata".
Frente al Cabildo, la Casa Rosada, sede del Gobierno de la República. Entre ambas, la Plaza. También con un alto valor simbólico. Es lugar de encuentro y de reivindicación. Las Madres de la Plaza de Mayo se reúnen desde hace décadas para evocar a sus hijos y nietos desaparecidos en la dictadura militar de los años 80. Con su pañuelo blanco. Piden que haya justicia y que se persiga a los criminales. Están, igualmente, los veteranos de la Guerra de las Malvinas, que el régimen inició para desviar la atención sobre las denuncias de su represión interna. En esa guerra los británicos sí fueron expeditivos. La terminaron enseguida. 27 años después esos entonces jóvenes soldados exigen que se les entreguen las compensaciones por su esfuerzo. "El pueblo quiere saber de que se trata".
Esfuerzo por entender, para no sentirme ajeno, extraño. Mi presencia sobraría de otro modo. Saber de que se trata.

Buenos Aires, año cero

Buenos Aires, o Baires, o Capital Federal, o Bs As, población fundada por españoles y nombrada en honor a la santa que insuflaba energía a sus velas. Importante para ellos como puerto de salida de la plata peruana. Llego a las 6 de la mañana después de 12 horas de vuelo. No veo muchos mochileros en el ambiente, sino, sobre todo, argentinos que vuelven a la patria. Me había encontrado, sin embargo, con una cara conocida en el Aeropuerto de Barajas. Una chica de los tiempos del bachillerato (¿Sofía?), que va a hacer un viaje organizado por el país. Algo así como Buenos Aires, Iguazú, Patagonia. "Si no fuera mujer", me dice, "haría lo mismo que tú". Nos decimos adiós a la llegada al país, deseándonos lo mejor.

Desde el aeropuerto de Ezeiza voy al centro en taxi (110 pesos, unos 20 euros), luego descubro que hubiera podido ahorrarme la mitad en un colectivo, pero no es un problema. De hecho, termina siendo una ventaja, porque el taxista me ayuda a buscar alojamiento. La recomendación recibida era tantear la zona de Palermo (en plena rehabilitación: comercios, hospedaje, etcétera). La comparo con Chueca, sin el componente gay. Edificios, no obstante, de 2 ó 3 plantas. Me la había señalado en el mapa una pareja de veintetreintañeros argentinos que retornaban, tras recorrer durante tres meses las playas españolas. Les había comentado mi intención de poder estar cerca de Euge, Carola y Jorge, a los que conocí hace dos años en Las Palmas. Viven en el barrio de Almagro.

El taxista consultaba el plano mientras intentaba hacer memoria. "¿Qué buscás? ¿Un hotel, un hostal?". Algo que no sea caro. Probamos la vía barata. Me lleva a uno, con buena pinta, pero no hay sitio. A pesar de que su servicio ya estaría cumplido, me deja cerca de otro. Camino unas cuadras y compruebo que su descripción es correcta. Un edificio en la esquina, con los cristales tintados de blanco y sin letrero. Resulta ser el hostel Tango Backpackers. Son las 7 de la mañana.

-¿Hay plazas libres?
-¿No tenés reserva?
-No.
-Sólo nos queda dormitorio.

Me dan una cama en una habitación de 4 (43 pesos, 7 euros). Desayuno otra vez, cortesía de la casa. Me guardan la mochila grande en la consigna. Volveré por la noche, no me vale la pena esperar hasta las 2 de la tarde para instalarme. Salgo a imbuirme del espíritu de la ciudad, que despierta. Vagaré hasta que sea una hora prudencial para llamar a Euge. Después de un largo paseo, contacto con ella a las 9:30. Había estado durmiendo con el teléfono al lado. Cuando la veo, está tan hecha polvo como yo. Nos abrazamos y nos reímos de lo raro que es vernos aquí. Mi acento le trae recuerdos de sus meses en la Isla. Aparece Carola. Son muy cariñosas conmigo.


domingo, 18 de octubre de 2009

Estaciones

Como dijo la poeta que susurraba bajo la lluvia, "la primavera es una estación bastante prometedora". Anuncia plantas florecidas, horas de luz, olores de tierra húmeda. Así se supone en un clima continental. En Argentina y Chile, con su convivencia polar, requiere otra descripción, tan variable como su paisaje. Obviamente, no toca hacerlo ahora, porque sería hablar por hablar: repetir lo oído. Ni siquiera he abierto las guías que llevaré.

Este conocimiento superficial se muestra en todo su esplendor cuando preparo mi equipaje. Una mochila no puede pesar mucho (no más del 10% de tu cuerpo, me aconsejan; 7-8 kilos en mi caso). Hay que elegir bien. Como no quiero decidir mi itinerario de antemano, es difícil calcular si debo apostar más por ropa de frío o de entretiempo. Creo que lo haré por lo segundo: pesa menos. Aunque, si fuera necesario, el tipo de chaqueta (ligera) con el que sí cargaré deberá demostrar los atributos de su nombre: polar. De todas formas, por recomendación de Máximo, mejor dirigirme inicialmente al norte, más cálido, y esperar que las temperaturas suban un poco antes de ir al sur.

En mi aprendizaje de la geografía el sur siempre era el lugar del calor, y el norte del frío. No será ésta la única curiosidad. Por primera vez experimentaré la simultaneidad estacional de la Tierra. Pasar del otoño a la primavera. Si lo piensas bien, esta circunstancia no hace sino incrementar la sensación de que somos pequeñitos respecto al planeta. Vivimos en la costumbre, enseñada desde que nacemos, y sólo cuando la perdemos recobramos la capacidad de sorpresa. De admirar los misterios que, por encima de cualquier lógica, se nos brindan a la vuelta de la esquina. Incluso, aunque se requiera un vuelo transcontinental para doblarla. Me pregunto cuántos aviones lo hacen diariamente y cuántas personas se mueven de uno a otro lado con naturalidad. Cuánta gente sintiendo que el mundo no acaba en su casa o en su calle y cuánta que sí. ¿Cuestión de práctica o sólo de lugar de procedencia?

sábado, 17 de octubre de 2009

Cuento

Haber inaugurado este blog ha suscitado variados comentarios a mi alrededor. Desde el que lo califica de costumbre pija hasta el que me felicita (sin haberlo leído), como si me hubieran dado un premio. El que más me interesa, sin embargo, es el que cuestiona la oportunidad de haberlo puesto en marcha. "¿No le quita fuerza a tu viaje estar pendiente de mantener una bitácora? ¿No es una manera de condicionar lo que vayas a vivir? Ya sabes, para que tus historias tengan interés para los que te sigan, más allá de tu propia vivencia". Puede ser. Sólo se me ocurre decir que me gusta contar historias. Y también que, probablemente, al primero que necesite contárselas sea a mí mismo. Como voy a viajar solo, pienso que aún tiene más sentido. Pero como todo en la vida requiere de una disciplina, veremos en qué queda. Las circunstancias influirán igualmente. Empezando por los cibercafés que me den cobijo y que, a lo mejor, termino inventariando (amigos de Lonely Planet, ¿qué tal una guía sudamericana de cíber en cíber?).

viernes, 16 de octubre de 2009

Iba a cambiar el nombre a esta página





Primero, un saludo a los presentes. Quienes quiera que sean. Soy un animal poco poco tecnológico y nada nada paciente con los artilugios informáticos, pero Máximo (seguro que saldrá más veces en esta bitácora) me instó a ponerme al día. Dado que mi periplo pretende pasar por Chile (su país natal) tiene lógica recurrir a las herramientas de nuestro tiempo para hacer partícipe a familiares y amigos de lo que uno va viviendo. Y de paso tranquilizar periódicamente a la causa parental, siempre tan sacrificada. Así que aquí estoy poniendo en circulación este Blog. Añado que las expresiones de cariño y admiración serán bienvenidas.

Ríos y carreteras
El asunto del título. Claudio Magris escribió un libro muy recomendable sobre Europa, en el que explora su Historia cambiante (de territorios cristianos primero, y luego musulmanes, y vuelta a empezar; de naciones englobadas en un país antes, y en el del vecino después, según conviniera a la fuerza hegemónica del momento). Se llama El Danubio, como el río que recorre 2.888 kilómetros del continente. Magris sigue su curso desde sus fuentes en la Selva Negra, hasta su desembocadura en el Mar Negro; pasando por Alemania, Austria, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Serbia, Rumania, Bulgaria, Moldavia y Ucrania. Su erudición es admirable, ya que le permite descifrar en cada cosa que ve un detalle significativo. Personalmente, me atrae tanto como esto, su capacidad para descubrir no ya la historia de otros, sino la suya propia. El Danubio es su espejo para reconocerse. Cada paso que da es una oportunidad para topar consigo mismo.

Creo que si uno tiene cierta curiosidad en lo ajeno puede tener una sensación parecida a la de Magris en lo propio, siempre que su viaje le cambie de contexto.

El mío me lleva a América del Sur, donde nunca he estado. ¿Cuál podía ser El Danubio allí? Me acuerdo de una letra de Manu Chao sobre la Panamericana. Una ruta o conjunto de carreteras de 48.000 kilómetros, que une Alaska con la Patagonia y que los países americanos acordaron realizar en una conferencia internacional en 1923. Intuyo que Manu Chao pensó en Ernesto Guevara. Veo, entonces, la película de Walter Salles Diarios de motocicleta, sobre el recorrido en moto del Che por el continente en 1952, junto a Alberto Granado. Ellos salieron de Buenos Aires con destino a Venezuela, más de 10.000 kilómetros de distancia. Sobra contar lo que pasó después.

El título de este blog era originariamente "Experiencia panamericana", por emular los dos casos descritos, pero, cuando ya estaba registrado como dirección, me pareció demasiado grande, demasiado pretencioso. De hecho, me angustié por compararme con referencias de otra magnitud diferente a la mía. De ahí el remedo de "Experiencia panamericana pequeñita".

Sobre todo, quiero pasármelo bien. Ni más ni menos. Y contarlo.