sábado, 31 de octubre de 2009
Remate
MVD
Al otro lado del Río de la Plata se encuentra Uruguay. La línea marítima que me va a llevar hasta allí no es muy conocida en Bs As, Colonia Express. Su base de operaciones está en el barrio de La Boca, cuna del tango, progresivamente abandonado como zona portuaria. Llego en el colectivo con el conductor insistiéndome en que de ahí no sale el barco. Es cierto que hay otra empresa que presta el mismo servicio y ésa sí es conocida (Buquebus). Cuando ya me he bajado del colectivo pregunto nuevamente a dos mujeres uniformadas. Me envían a otra dirección. Y tengo que estar una hora antes de la salida. Paro un taxi. No, no era lo que me habían dicho. Vuelta al mismo lugar que casi nadie parece conocer.
miércoles, 28 de octubre de 2009
Plata
Delta
Euge
Carola
Jorge
Amigos
lunes, 26 de octubre de 2009
Los muertos y los vivos
La historia es una suma de restos. Huellas con las que se interpreta el presente.
Pero siendo importante que existan, de nada vale si no se celebran, si no se les da un tratamiento adecuado. Como en otros lugares, Buenos Aires tiene varios cementerios venerados y frecuentados. El de Recoleta, en el noreste, es un compendio de nombres de la "buena sociedad" porteña. Descendientes de próceres de la patria y de todos sus poderes. La zona noble de la ciudad. Las fuerzas vivas se movilizaron para impedir que enterraran allí a la que resultó su huésped más popular: Evita. Lo que defendió en vida esa mujer, casada con un presidente de trayectoria militar, no les gustaba. Su defensa de los "descamisados". Una figura muy controvertida incluso para otros sectores de la población.
Al entrar en el recinto, una mujer con el pelo rubio teñido en no muy buen estado, recogido en una coleta, me detiene. Forma parte de la asociación que cuida del sitio y pide mi colaboración. Quiere que le compre una revista con los aspectos relevantes a visitar en el mausoleo. Entre ellos, un plano muy detallado sobre la ubicación de la tumba de Evita. La sorteo como puedo, rechazando educadamente su ofrecimiento. Me parece siniestra. Y no sé si está con Evita o contra ella. Qué pensaría la esposa de Perón de este personaje de estar viva. ¿Alabaría su instinto para buscarse la vida?
En Recoleta barrio se ve repetidamente una profesión curiosa. No es la primera vez que la había visto. Pero sí me sorprende la gran cantidad de profesionales del ramo. ¿Estarán asociados? Son los paseaperros. Pueden llegar a manejar a 30 animales simultáneamente. Cada uno con su propio lazo. No debe ser fácil caminar así y no caerse. Los sacan a pasear, los lavan y los llevan al veterinario. Los fines de semana la responsabilidad recae en los dueños de los mascotas, dice la guía Rough. Me quedo con ganas de hablar con alguno, pero me temo que no seré bienvenido y no lo hago. ¿Se rifarán a los cuidadores expertos?
Vuelvo de Tigre, en el Delta del Paraná [merecerá una entrada aparte]. A 45 minutos en tren desde Capital Federal. Como ha descrito tan bien el maestro de los narradores de viaje, Kapucinski, en su libro sobre África (de título Ébano), un medio de transporte con gente que sube y baja, va y viene, tratando siempre de sacar partido al momento. Con toda lógica, en esta línea, llena de turistas y excursionistas. Esto no es Capital Federal, sino el Gran Buenos Aires; donde se agrupa una población millonaria (en número) y trabajadora. Pasa un vendedor de chicles, de varios sabores, ofreciendo su producto a los pasajeros. También pasa un comerciante de Cd's, con los mejores éxitos de Música Latina. Recomienda vivamente a Chayanne. No creo que a éste le guste, a menos que le revierta derechos de autor.
Se presenta con una fotocopia este "niño de la calle, de familia pobre". El texto es claro: "Cualquier cosa me sirve, desde una moneda hasta un simple cariño". Vuelve y se lleva su papel. Llegamos a Tigre.
domingo, 25 de octubre de 2009
Vecinos
La primera noche en Tango Backpackers me llevó a compartir la habitación con tres lituanos. Cuando yo llegué eran más de las 10 de la noche y allí no había nadie. Elegí la cama a la carta. Una litera baja, la más pegada a la puerta. Cuestión de perspectiva. Estuve leyendo un rato la guía, que apenas había hojeado en el trayecto de avión, y me dispuse a dormir. Cuando ya estaba en fase REM, oí un fuerte movimiento en la puerta. Encendieron la luz y aparecieron dos tíos. Debí tener cara de estupefacción porque se disculparon. "Sorry", se fueron. Volví a lo mío. Una hora después, o así, otra vez lo mismo. Esta vez se instalaron y se acostaron. Menos mal. La cosa no termino ahí, pues un rato más tarde, otro estruendo en la puerta. No hay dos sin tres.
Las habitaciones están provistas de unas taquillas (en las que cabe fundamentalmente una mochila grande y poco más), para las que necesitas un candado. Lo venden en recepción por 10 pesos (menos de 2 euros; el cambio viene a ser 1 E=5'6 $). La primera sensación al entrar en una comunidad como ésta concierne a tu seguridad. Al menos a la percepción alimentada en los prolegómenos del viaje. Inquietudes varias. Por ejemplo, cuidar tus pertenencias, imprescindibles compañeras hasta tu retorno.
Como decido quedarme más días en el hostel, y no había reservado con anterioridad, me cambian de cuarto. Es viernes y van a tener trabajo. Me ponen en otro "dormi" de 6 plazas. Mixto. Jamón y queso. Cuando entro en el número 36, me encuentro a una chica de rasgos orientales que resulta ser noruega. Conoce Canarias. Lleva 3 meses viajando, creo, y va estar unos 9 en total. Está pensando en dar clases de inglés para ganar algo de dinero. Abro mi taquilla, asumiendo, mientras respiro profundamente, qué dejo dentro, qué me llevo. De las 6 camas (también literas), hay 3 ocupadas, 2 pendientes de adecentar y una restante. Obviamente, cojo ésta. Litera alta, encima de la oriental. Luego llegan los otros inquilinos. Uno con gafas, taciturno. Y otro fiestero. En mis entradas y salidas de la habitación, sigo una conversación entre la oriental y el fiestero. Él habla indonesio (un indonesio occidental, una oriental europea: qué mezcla), un idioma que sólo tiene un tiempo verbal. Ni presente, ni pasado, ni futuro. Qué punky.
Ese día, viernes, segundo en Bs As, recorro parte del norte de la ciudad por mi cuenta. Llego cansado, ceno por Plaza Serrano, un entorno de buen rollito. Se pone a llover desesperadamente y aquello se vacía de gente. Me voy a dormir. Cuando me acuesto estoy solo en la 36. Voy a poder mitigar el sueño viejo.
Sucesivamente, a lo largo de la noche, van entrando personas en mi dormi. Me doy cuenta, incluso, de que el otro lado de la estancia tiene un altillo, al que se accede con una escalera de caracol. En la puerta, un letrero: "Staff". A las 4 ó 4:30 un tío se mete en la cama de la oriental. Sé la hora porque ella, que estaba dormida desde hacía tiempo, lo pregunta. Creo que es el indoneso occidental. Los polos opuestos se atraen. Se entregan a su pasión, mientras mi cama se tambalea como un barco en altamar. Decido si unirme a la fiesta o hacer algún comentario irónico, amenazador o suplicante. Espero. Llevan más de una hora de entrega. Si me hubieran visto los del circo en ese momento, me hubieran contratado. Mi cuerpo levitaba mirando hacia abajo. Creo que sólo las uñas de los pies me unían con mi cama. Veo que con la ropa puesta se pueden hacer cosas muy apañadas. ¡Viva el espectáculo!
60 minutos más tarde alguien más entra. ¡Es el indonesio occidental! Me preocupo. ¿Quién está, entonces, en la litera de abajo? Mientras cabilo sobre esta circunstancia, otra pareja entra en el recinto. Suben por la escalera de caracol, donde el Staff. Al poco oigo los jadeos de la chica. Y hasta las nalgadas. La pesadilla del hombre solitario. ¡Cuánta gente sana hay en esta comunidad!
sábado, 24 de octubre de 2009
Mayo
Buenos Aires, año cero
Buenos Aires, o Baires, o Capital Federal, o Bs As, población fundada por españoles y nombrada en honor a la santa que insuflaba energía a sus velas. Importante para ellos como puerto de salida de la plata peruana. Llego a las 6 de la mañana después de 12 horas de vuelo. No veo muchos mochileros en el ambiente, sino, sobre todo, argentinos que vuelven a la patria. Me había encontrado, sin embargo, con una cara conocida en el Aeropuerto de Barajas. Una chica de los tiempos del bachillerato (¿Sofía?), que va a hacer un viaje organizado por el país. Algo así como Buenos Aires, Iguazú, Patagonia. "Si no fuera mujer", me dice, "haría lo mismo que tú". Nos decimos adiós a la llegada al país, deseándonos lo mejor. Desde el aeropuerto de Ezeiza voy al centro en taxi (110 pesos, unos 20 euros), luego descubro que hubiera podido ahorrarme la mitad en un colectivo, pero no es un problema. De hecho, termina siendo una ventaja, porque el taxista me ayuda a buscar alojamiento. La recomendación recibida era tantear la zona de Palermo (en plena rehabilitación: comercios, hospedaje, etcétera). La comparo con Chueca, sin el componente gay. Edificios, no obstante, de 2 ó 3 plantas. Me la había señalado en el mapa una pareja de veintetreintañeros argentinos que retornaban, tras recorrer durante tres meses las playas españolas. Les había comentado mi intención de poder estar cerca de Euge, Carola y Jorge, a los que conocí hace dos años en Las Palmas. Viven en el barrio de Almagro. El taxista consultaba el plano mientras intentaba hacer memoria. "¿Qué buscás? ¿Un hotel, un hostal?". Algo que no sea caro. Probamos la vía barata. Me lleva a uno, con buena pinta, pero no hay sitio. A pesar de que su servicio ya estaría cumplido, me deja cerca de otro. Camino unas cuadras y compruebo que su descripción es correcta. Un edificio en la esquina, con los cristales tintados de blanco y sin letrero. Resulta ser el hostel Tango Backpackers. Son las 7 de la mañana. -¿Hay plazas libres? -¿No tenés reserva? -No. -Sólo nos queda dormitorio. Me dan una cama en una habitación de 4 (43 pesos, 7 euros). Desayuno otra vez, cortesía de la casa. Me guardan la mochila grande en la consigna. Volveré por la noche, no me vale la pena esperar hasta las 2 de la tarde para instalarme. Salgo a imbuirme del espíritu de la ciudad, que despierta. Vagaré hasta que sea una hora prudencial para llamar a Euge. Después de un largo paseo, contacto con ella a las 9:30. Había estado durmiendo con el teléfono al lado. Cuando la veo, está tan hecha polvo como yo. Nos abrazamos y nos reímos de lo raro que es vernos aquí. Mi acento le trae recuerdos de sus meses en la Isla. Aparece Carola. Son muy cariñosas conmigo. |
domingo, 18 de octubre de 2009
Estaciones
Como dijo la poeta que susurraba bajo la lluvia, "la primavera es una estación bastante prometedora". Anuncia plantas florecidas, horas de luz, olores de tierra húmeda. Así se supone en un clima continental. En Argentina y Chile, con su convivencia polar, requiere otra descripción, tan variable como su paisaje. Obviamente, no toca hacerlo ahora, porque sería hablar por hablar: repetir lo oído. Ni siquiera he abierto las guías que llevaré. Este conocimiento superficial se muestra en todo su esplendor cuando preparo mi equipaje. Una mochila no puede pesar mucho (no más del 10% de tu cuerpo, me aconsejan; 7-8 kilos en mi caso). Hay que elegir bien. Como no quiero decidir mi itinerario de antemano, es difícil calcular si debo apostar más por ropa de frío o de entretiempo. Creo que lo haré por lo segundo: pesa menos. Aunque, si fuera necesario, el tipo de chaqueta (ligera) con el que sí cargaré deberá demostrar los atributos de su nombre: polar. De todas formas, por recomendación de Máximo, mejor dirigirme inicialmente al norte, más cálido, y esperar que las temperaturas suban un poco antes de ir al sur. En mi aprendizaje de la geografía el sur siempre era el lugar del calor, y el norte del frío. No será ésta la única curiosidad. Por primera vez experimentaré la simultaneidad estacional de la Tierra. Pasar del otoño a la primavera. Si lo piensas bien, esta circunstancia no hace sino incrementar la sensación de que somos pequeñitos respecto al planeta. Vivimos en la costumbre, enseñada desde que nacemos, y sólo cuando la perdemos recobramos la capacidad de sorpresa. De admirar los misterios que, por encima de cualquier lógica, se nos brindan a la vuelta de la esquina. Incluso, aunque se requiera un vuelo transcontinental para doblarla. Me pregunto cuántos aviones lo hacen diariamente y cuántas personas se mueven de uno a otro lado con naturalidad. Cuánta gente sintiendo que el mundo no acaba en su casa o en su calle y cuánta que sí. ¿Cuestión de práctica o sólo de lugar de procedencia? |
sábado, 17 de octubre de 2009
Cuento
viernes, 16 de octubre de 2009
Iba a cambiar el nombre a esta página

