sábado, 31 de octubre de 2009

Remate

Las primeras impresiones de Montevideo me confunden. Cuando uno sabe que visitará un lugar nuevo se va forjando una imagen, a partir de lo que le cuentan los que han estado allí o de lo que lee. No sé qué me trajo hasta Uruguay. Por donde vine sí, quizá esa sea la razón. Cómo estar en un lado del Río de la Plata y no saltar al otro. Conozco unos cuantos naturales del país y algo les he oído hablar. No me imaginaba lo que estoy viendo. Me recuerda, sin haber estado, a Cuba. Vida en un escenario de los anhos 50.
Los coches, los edificios, todo se asemeja a una fotografía detenida en el tiempo. Recorro el casco histórico, portuario, dado el origen de la ciudad. La actividad de los barcos no cesa, aunque se ven, no obstante, construcciones abandonadas. La rambla o paseo litoral define un contorno en su waterfront, igual que en el Malecón de La Habana. Supongo que estas fachadas volverán a ser pintadas cuando Montevideo adquiera importancia como destino turístico.
Me recomiendan comer en El Mercado del Puerto, hoy dedicado enteramente a la hostelería. Una estructura de hierro de finales del siglo XIX o principios del XX cobija a decenas de negocios. En la mayoría, una parrilla ocupa el lugar central. En este viaje aún no he degustado la comida típica. Martín, un argentino con el que me he topado en el Ciudad Vieja Hostel, y yo convenimos en sentarnos en la barra de un bar lleno de gente local. No queremos que nos traten como turistas. La ilusión de sentirme integrado en el ambiente me agrada. El parrillero nos muestra diferentes cortes de carne. Martín elige un asado de tira y yo un ojo de bife. Mi plato, similar a un solomillo, estaba buenísimo.
Deambulamos para hacer la digestión y observamos una concentración de personas en una tienda. Entramos. Están haciendo un remate; es decir, una subasta de objetos de segunda mano. Hay de todo: esquíes, maquinaria, motores. La rematadora saca el siguiente lote, compuesto por dos handy. O sea, dos walkie~talkie. Si vamos a usar palabras prestadas de otra lengua, podríamos, amigos, ponernos de acuerdo en una y otra orilla del Atlántico.
El precio de salida era 350 (puede que me equivoque; 1 euro equivale a unos 30 pesos uruguayos). Subió a trescientos seten, para terminar en trescientos ochen. Por supuesto, por cada uno y con transformador incluído.

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