jueves, 3 de diciembre de 2009

Alucinaciones en el desierto










Aurore, Audrey y yo esperamos en Bolivia para pasar a Chile. Nos vienen a recoger para llevarnos a San Pedro de Atacama, un área con algunas características similares a las del periplo de Uyuni. Sin embargo, el elemento principal es el desierto. Enorme, donde se podrá ver simultáneamente la luna y el sol, cuando no es de noche ni tampoco de día. Los trámites en la aduana son rigurosos. Debo abandonar un limón y mis hojas de coca, seres vivos que pudieran contaminar a las especies locales. Por este control, sólo entran mochileros. A dos chicas colombianas les insisten en que muestren la "plata" que llevan. Si no es suficiente, no las dejarán entrar. Por cierto, antes de abandonar Bolivia nos hacen pagar un tributo. El guía Edson no ha oído nunca hablar del asunto. Los funcionarios aseguran que es la única frontera en la que se solicita.
Por la inercia de los últimos días, una vez depositados en San Pedro de Atacama, Audrey, Aurore y yo seguimos juntos. Me resulta fácil dejarme llevar en la búsqueda de alojamiento. Sé que ellas serán rigurosas. Recibimos dos proposiciones de sendos hombres de mediana edad que se mueven en bicicleta. La oferta más cara (de una diferencia de apenas 1€, 5.000 pesos chilenos por 4.000) les convence. El folletito con fotos en color presagia un lugar con estilo y ambiente enrollado. Patio, hamacas colgantes, barbacoa, paredes de adobe, con una decoración cuidada que me recuerda a alguna película de Hollywood invocando fuerzas telúricas.
Nos recibe Hans, el capo. Nos muestra una habitación de tres camas, pero Aurore y Audrey prefieren estar solas. No, no me molesta. De hecho, es justo lo que quería, ya que nuestros caminos se bifurcan y será mejor empezar a acostumbrarse. Termino en otro cuarto con un chileno, Fernando, y un polaco-estadounidense, Konrad. Han salido la noche anterior y aún no se han levantado. No tardarán en hacerlo, porque, enfrente del dormitorio, hay una enorme mesa donde espera un grupo de huéspedes por el asado. Aurore y Audrey se han apuntado también al festejo, dicen que el dueño les ha invitado como gesto de bienvenida. Supongo que es extensible a mí también, que vine con ellas. Cuando la carne está lista, salgo y comento "justo a tiempo". El tal Hans me mira con cara de pocos amigos y sentencia "debería cobrarte, sí, debería hacerlo". No sé muy bien cómo responder, pero tengo claro que, si amago, tendré que marcharme. Sería como si me hubiera echado. Agarro un trozo de carne y espero a ver qué pasa. Al rato, vuelve a la carga, mencionando no sé que historia sobre las costumbres chilenas y comprar cervezas. John, estadounidense de Nuevo México, piensa que se lo está diciendo a él. O sea que salimos juntos a proveernos de la bebida.
Hans es el dueño del hostal. Ha recorrido toda Sudamérica, según revelación suya, ejerciendo de discjockey. Enumera las ciudades y los antros que le han acogido. Por supuesto, su aspecto es impecable, de acuerdo a las necesidades del personaje. Tatuajes coloridos en brazos y hombros, piercings en los pezones (quizá, sólo uno, sin embargo), torso desnudo. Habla con todo el mundo en un tono directo, casi desafiante. Termina las frases con un "you know brother", a pesar de que luego pide que le traduzcan al inglés o al francés. Cuando los que hablan son otros, se aplica con intensidad en tocar la percusión. Entiéndelo, lleva el ritmo en la sangre, le llaman el negro. ¿Será de los míos?
Cuando volvemos con las cervezas, tengo la sensación de que todos los huéspedes forman una especie de comunidad, si me apuras, una secta. El círculo de Hans el negro. Dominada, obviamente, por su agresividad. Me parece que todo el mundo le ríe las gracias. Conmigo que no cuente. Es un ligóncillo también y a las chicas parece gustarle. Uno de los comensales señala mi camiseta, con la inscripción "resveratrol" y el dibujo de una estructura molecular. Piensa que es alguna droga, aunque, en realidad, se trata de un componente de la uva, con propiedades anticancerígenas. De repente, oigo la palabra "peyote", que da pie a un intercambio de exclamaciones. Espero acontecimientos, mientras mi piel siente que un calor muy seco está penetrando por la epidermis.
La sobremesa llega hasta la noche. Preparativos para irse de fiesta. Supongo que Hans hará alguna exhibición. Me perdonarán, pero me voy a dormir. Para mi sorpresa, John y su esposa, Carolyn (a la izquierda y en el centro de la foto), tampoco se prestan al juego. Tenemos una interesante conversación. Tienen en torno a 25 años. Buscan un rumbo para sus vidas, por lo que han decidido viajar. Sin límite de tiempo, sólo de dinero. En algunos sitios perciben una cierta hostilidad de los lugareños. Trato de explicarles lo que puede significar ser "gringo". En otra etapa anterior de Chile se encontraron con Elodie (suiza de 19 años, a la derecha de la foto) y Skol (irlandés de veintilargos). Estos dos últimos se juntaron, sin convertirse en pareja, en Buenos Aires. Tiempo ha. Son un curioso grupo, con muy distintas personalidades y, desde luego, me recalcan que el comportamiento de Hans y el ambiente del hostal les parece increíble. Por ejemplo, que no se pueda cocinar después de las 9 de la noche. Una cortina se mueve a nuestras espaldas. Es la madre de Hans. Vigila el territorio donde vive.
Por recomendación de Fernando y Konrad me voy de excursión. De las posibles visitas que ofrece San Pedro, eludo las que me recuerdan a la experiencia de Uyuni. Esto es diferente. Laguna Cejar, nadar flotando por la cantidad de sal. Ojos del Salar, un salto desde una altura de 8 metros (quizá exagere) a una poza semidulce. Tebinquinche, caminar sobre las aguas. John, Carolyn, Elodie y Skol me acompañan. Nos reímos mucho.
El día va a terminar con una velada en el desierto. Promete. Los bares y demás establecimientos cierran a las 2 de la noche. Pero siempre hay alguien que organiza una rave en mitad de ningún sitio. Hoy será en el Valle de la Muerte. Contratamos un transfer o taxi-furgoneta colectivo para todos los del hostal. Llegaremos de los primeros. Uno de los huéspedes se pone a vomitar a la puerta de mi cuarto y no puedo salir. Se olvidan de mí y me dejan en tierra. Improviso. Termino con unos desconocidos. Me veo en un transfer recogiendo otros pasajeros y cobrando el luka de rigor (1.000 pesos chilenos, euro y algo). Obviamente, yo no pago, me he ganado el transporte.
El domingo, nuestro grupo ha crecido. Se han añadido Fernando y Konrad. Son los veteranos del hostal y también han pensado en marcharse de él en más de un momento. Sin ir más lejos, al ser mis compañeros de cuarto, han sido testigos de lo sucedido esa mañana, cuando dos miembros del staff me despertaron porque necesitaban hacer la litera encima de mí. Nos enrolamos en el tour del Valle de la Luna.
Este relato finaliza a partir de las 24 horas de ese día. Celebrando los 7 miembros del clan el cumpleaños de John. Con cena en restaurante y luego hoguera en el campo. Me he encariñado de ellos. Unas horas después nos despedimos en direcciones opuestas. Espero que no para siempre.

2 comentarios:

  1. Hola ivan,,,hasta hoy casi ni tuve la oportunidad de visitar tu blogg,,ya veo que llegastes a atacama,,,y que ya van 40 o más días,,de viaje,,,iré post por post,,para recrearme,,,
    un saludo,,pedro ojeda

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  2. Jajaja, casi la misma experiencia con Hans el capo! Tiene bares en todos lugares y la mayoria del tiempo vive en Brazil, dejando la direccion del hostal a...la madre!! Que horror! Sin agua corriente y con borrachos de todo lado!
    Un beso
    Marine, la francesa de Mendoza a Santiago!

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