Sobre la marcha tomo una decisión. Voy a detenerme, aunque sea sólo por un día, en Santiago de Chile. Me da no sé qué no hacerlo. Tener, como en casi todo mi viaje, al menos una impresión. Llamo a Fernando, a quien conocí en Atacama, en aquel ambiente alucinatorio. Quien mejor que él, que nació y vive en la capital, para servirme de guía. De repente, me veo en el colectivo. El trayecto es breve entre Valparaíso y Santiago. Apenas hora y media. Según se asciende la cordillera, a pocos metros de la costa, el tiempo cambia. Lo agradezco. Me estoy aclimatando mejor al calor.
Fernando vive en la Comuna Prosperidad, en el anillo inmediatamente posterior al centro-centro. He buscado alojamiento en esa área, para facilitar nuestro contacto. No es un hostal HI, pero las condiciones son similares. Al llegar a la estación telefoneo nuevamente a Fernando y observo que tiene más invitados y una celebración familiar. Mejor dejarlo para mañana. Me instalaré en el alojamiento y descansaré. Una vez allí me llevo una sorpresa muy agradable. Marine, francesa, de 25 años, especialista en marketing del vino, es también huésped. Nos conocimos en Mendoza, hace ya como 2 semanas. Le debía una bebida a la que me invitó porque tenía la seguridad de que nos reencontraríamos. Ella lleva tiempo viajando y es de las que suele cocinar en los hostales. Nos vamos al súper y cenamos juntos. El vino corre de mi cuenta.
Nos preguntamos por los lugares donde hemos estado. En Chile lleva más que yo. Paró en Atacama y ¿dónde se hospedó? En casa de Hans. Fue captada para su red por el mismo procedimiento empleado conmigo. Su acólito, al que él llama "pitufo", a pesar de tener unos 60 años, yendo a buscar mochileros con su bicicleta. En su estancia en el hostal, Marine vivió varios episodios de enfrentamiento entre el negro y algunos clientes. Con forcejeo y cierta violencia también. Tranquilos que luego todo lo arregla con un asado.
Marine me sirve de guía porque ya conoce Santiago. Pasamos por la Chascona, la casa capitalina de Neruda y por el Cerro que domina la ciudad. Almorzamos congrio a lo pobre (con papas, cebolla y huevos fritos) y mariscal. Me comporto como un experto, aunque mi experiencia no sea tal. La convenzo de que pruebe el marisco crudo. Accede. Sí, el sabor es rotundo. Nos emplazamos para más adelante. Quizás Buenos Aires, antes de nuestro regreso. Ella ya ha cumplido parte de su trato, al enviarme un comentario al blog (en "Alucinaciones en el desierto"). Queda pendiente mi contribución al suyo.
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