domingo, 20 de diciembre de 2009

El mundo que termina







Podrá parecer que me demoro más de lo acostumbrado en publicar nuevas entradas. Las fechas no son una referencia exacta, sin embargo, como ya expliqué. Se refieren al momento de creación del archivo, no al de su difusión. De todas formas, es cierto que ya no hay tantos estímulos por delante que alienten la escritura. Es decir, ahora no existe la misma necesidad de manejarlos mediante una narración. Básicamente, la historia está contada. Continúo esta labor por compromiso con quienes han seguido el blog, y también por darle un cierre al relato. Que es tanto como decir tomar distancia con lo vivido.
Tiene un cierto valor simbólico (no premeditado) terminar mi periplo, antes de volver a Buenos Aires, en el Fin del Mundo. Así se conoce a la ciudad argentina de Ushuaia, la más austral del planeta. Después de ella sólo el mar y la Antártida. En realidad, podría quitarle esa categoría el enclave chileno de Puerto Williams (al otro lado del canal Beagle), pero se considera un puerto militar, no una población. A estos límites de la civilización, donde el ser humano se fuerza por mantener una presencia contra las dificultades extremas de la naturaleza, vienen personas con afán pionero. De ser el comienzo de algo que continuará después, así como de reinvención de ellos mismos. He encontrado pocos lugareños nacidos aquí. La mayoría vienen de fuera.
Ushuaia se fundó inicialmente como colonia penal. Un presidio para indeseables, cuanto más lejos mejor, pero también una fórmula para ocupar territorio. Tiene un museo en lo que fue su antigua cárcel, con sus delincuentes favoritos. Entre ellos, Carlos Gardel, un raterillo de tres al cuarto, mencionado no por sus proezas criminales sino por su posterior papel en la música. Es casi verano y las horas de luz se multiplican. De hecho, diría que no anochece nunca. De las 10 y media de la noche a las 3 y media de la mañana aún queda un resplandor tras la cordillera. Parecen las luces de alguna discoteca que insiste en mantener la fiesta activa. Lo entiendo como una señal, para que no ceje en mi voluntad de búsqueda.
A través de Manolo Arbelo he contactado con Raúl. Aparece al poco tiempo de llegar al Hostel. "Aquí huele a canario", dice. Nos vamos a tomar unas cervezas y me cuenta su historia. Se convierte en mi héroe. Panamericano. El viaje le cambió. Trabajó varios años como veterinario en Cabo Verde y en noviembre de 2007 se montó en un cargero en reparación y se plantó como pasajero en el Caribe. Cambió de barco al llegar allí, para recorrer aquella zona durante varias semanas. El regreso se dilataba mientras esperaba la nave de un amigo y empezó a visitar otros países. En abril de 2008 alcanzó Ushuaia. Conoció en el mismo Hostel donde me quedo a una argentina de Rosario y ahora reside en el Fin del Mundo. Se fue y volvió. Va a ser verdad lo que apunta Raúl, refiriéndose a un graffiti muy popular: "Ushuaia, Fin del Mundo. Principio de todo".
Lección de geografía. Se pasa el Estrecho de Magallanes para acceder a Tierra del Fuego, la provincia de la que Ushuaia es capital. ¿Fuego? Lo que abunda es agua, oceánica, que deja sentir su frío cuando sopla el viento en el trasbordador. Los pasajeros del colectivo hemos descendido para disfrutar del paseo. Antes de que finalice el trayecto, deberemos ocupar nuestros asientos para no retrasar la salida de los vehículos. Doble frontera. Argentina y Chile antes de cruzar. Después de hacerlo, a los 150 kilómetros, Chile y Argentina de nuevo. Este paisaje patagónico es muy distinto al de Bariloche o El Calafate. Vegetación.
Por estar en el Fin del Mundo me predispongo a darle sentido a todo. En el Parque Nacional, en la Bahía de Lapataia, la ruta 3 finaliza sus 3.045 kilómetros de carretera. No hay más allá. Recibo el mensaje. Se acabó otear el horizonte. Bonito sitio para captarlo. Me llevan en una excursión marítima a observar los pingüinos. Qué simpáticos son los pobladores originales de este entorno. Los que no lo somos, nos iremos marchando. Conozco al primer mochilero de largo recorrido (6 meses), que se vuelve a casa. Un alemán, de Stuttgart. Es de los que se planifican, porque me anuncia que hasta dentro de 10 años no retornará a Hispanoamérica. Le pregunto cómo se siente. Con ganas de que pasen estas últimas horas.
Mi sensación es diferente. Di con un gurú, Raúl, con quien probé el cordero fueguino. Me he alimentado también espiritualmente. No pasará una década hasta mi próxima visita.

1 comentario:

  1. Me gustó seguir tu blog hasta el Fin.
    Ha dado alegrías,curiosidad,admiración.
    Y confieso que envidia.
    Cuando andas durmiendo una siesta a cualquier hora del día en los confines de la tierra,viviendo la vida hey;mi despertador está programado para sonar a la misma hora cada mañana en el mismo lugar,y la vida me zarandea.
    Sin tiempo para buscar,todo son encuentros.
    Si no te has quitado ya el bigote,no lo hagas.
    Un abrazo,
    Mariajo

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