Completo la entrada anterior al haber llegado a mi nueva escala y tener un ratito antes de ponerme a explorarla.
Con Audrey y Aurore pasamos de Argentina a Bolivia, en Villazón, descubriendo que teníamos el tiempo justo para continuar a Uyuni. No existe ómnibus directo para ese trayecto, aunque sí tren; claro que no todos los días. Afortunadamente, ése sí. Pero había que darse prisa. Conseguir dinero del país (sin saber cuál era el cambio), comida, llegar a la terminal. Pudo ser, porque, como suele pasar, el huso horario en Bolivia nos dió 60 minutos más. Llamésmole magia de la frontera. En este periplo, en el que los detalles importan y no se descubren hasta que uno está en el sitio. Por ejemplo, la disponibilidad de transportes.
Ya en Uyuni, a las 3 de la mañana, salir de la estación en busca de alojamiento. Con 2 chicas que apenas conoces y hablando en un idioma (el francés), con más corazón que cabeza. Nos hacen una propuesta, pero ellas han oído o han leído que en la primera calle están todos los hostales y prefieren comprobar antes de decidirse. Vamos detrás de otros mochileros que tocan un timbre. Hacemos lo mismo. El precio es por cama. Una habitación doble que compartirán Aurore y Audrey, otra para mí solo. Decidimos tomarnos el día siguiente para estudiar las mejores ofertas. Todas incluyen recorrido en 4x4, estancia y comida. El agua y el papel higiénico corren de nuestra cuenta. A pesar de que es, comparado a otros destinos, muy básico, Bolivia está llena de turistas. Aquella tarde, parecíamos almas en el purgatorio, dando vueltas por la plaza en una dirección y en la contraria, una y otra vez, a la espera de salir hacia escenarios prometedores.
La relación con Audrey y Aurore es buena. Las dos acaban de terminar sus respectivos empleos y aquí están. Por un total de mes y medio. No parecen tristes. Encantados de encontrarnos. Cumplo el protocolo lógico. ¿Pasear o comer juntos? Sincronizar, entonces, nuestros relojes. Mi personaje a cargo de las traducciones se mantiene. Contratamos el tour. Seremos seis personas en total. Nosotros tres, más dos mexicanas (Ester y Julieta, tía y sobrina) y un suizo-italiano, Thierry.
Cargamos el jeep. Incertidumbre sobre la distribución de los puestos. Uno de copiloto, tres detrás, dos en la cola. Nadie se mueve. Los de la agencia dicen que son rotativos. No arrancaremos nunca. Doy el primer paso y Thierry (un tipo grande, de más de 1'80) me sigue. Nos acomodamos al final, justo entre el pequeño maletero (la carga va sobre el techo) y el asiento trasero. Thierry lo tiene más difícil que yo en este reducido espacio. Adiós, ciudad de Uyuni.
Primera sorpresa. Uyuni fue fundada muy recientemente. En el siglo XIX, como centro ligado a la exportación de estaño. Consecuentemente, la parada inaugural de nuestra excursión de tres días se realiza en el Cementerio de Trenes. Locomotoras y vagones oxidados en estado de abandono en mitad de ningún sitio. Está línea que conectaba con el puerto chileno de Antofagasta se cerró hace décadas. Un centenar largo de turistas apuntando con sus cámaras, ya que formamos una caravana de entre 30 y 40 vehículos. Como sea siempre así se va a perder la magia.
El Salar de Uyuni tiene 12.000 kilómetros cuadrados de extensión. Imagina cuántas islas cabrían ahí. Su origen de diez a trece mil años de antigüedad. En algún lado, una planta industrial con capital japonés para explorar el litio presente en la sal (para uso electrónico y médico). La atracción principal es hacer fotos graciosas aprovechando la perspectiva de un fondo blanco infinito. Nos prestamos al juego. Cenamos, dormimos y desayunamos en una especie de casa familiar tres grupos. 18 seres humanos para dos baños. La ducha caliente se cobra aparte, a quien lo desee o no lo pueda evitar. Ya sabemos que mañana ni siquiera será posible. Audrey, Aurore, Thierry yo en el mismo cuarto. Parecen incómodas. Al menos con Thierry pueden hablar fluídamente.
El guía y conductor, Edson, rebosa simpatía. Describe lo que tenemos enfrente con solvencia. El volcán Ollagüe, mitad boliviano, mitad chileno, humeando. La yareta o musgo que crece con resina en su interior por encima de los 4.000 metros sobre el nivel del mar. Coqueo. Es decir, masco hojas de coca. Me ayudan a adaptarme a la falta de oxígeno. Depende de la respuesta de tu organismo. Amanezco un poco acelerado y este remedio lo combate. Sucesión de lagunas a esa altura, con características distintas, revelando sus cargas químicas naturales. Blanco como el bórax. Hediondo como el azufre. ¡Flamencos! Explicación: en algunas de estas láminas de agua viven microalgas de las que se alimentan estas aves.
Nunca había estado en un lugar como éste. No hay carreteras, sino pistas hechas por las ruedas de los 4x4. La vibración de tu cuerpo, adaptado a la falta de descanso, con los ojos bien abiertos. Paso las botellas de agua a Aurore y Audrey. Las compraron ellas para los tres. El tour acabará ya. Hemos estado muy pegados los unos a los otros. Frío en los 5.000 metros de los Géisers Sol de Mañana, frío en Polques, donde, sin embargo, Thierry, Aurore, Audrey yo, nos introducimos, antes que nadie, en los baños termales de 40 grados a cielo abierto. Euforía física. Ellos retornan al punto de partida. Aurore, Audrey y yo, no.
Estoy esperando todavia para la historia de San Pedro de Atacama, el lugar mas loco.
ResponderEliminar-Gringo John de Los Estados