martes, 8 de diciembre de 2009

Calor de hogar








Valparaíso y Viña del Mar son, en realidad, dos ciudades unidas. De la segunda es natural Máximo, tan presente en esta bitácora. En la primera, vive su hermana Amparo. Las dos tienen un carácter portuario. En Viña del Mar prima el tipo militar, mientras que en Valparaíso el comercial. No voy a visitar Viña porque dicen que no tiene un encanto especial, sólo una población moderna. Valpo concentrará, entonces, mis paseos.
Lo primero que hago tras instalarme en el hostal es llamar a Amparo. Se produce una de esas casualidades tan improbables si se busca provocarla. Su casa está apenas a tres minutos a pie. Nos saludamos por la mañana y quedamos para la noche, ya que me ha invitado junto a unos amigos suyos a cenar. Qué bien, si el vino me da un puntito, no tendré que preocuparme en encontrar el camino de vuelta: está en la misma calle. Amparo tenía noticias de mi viaje desde hacía dos semanas y justo hoy se ha vuelto a acordar. Nos contamos lo que hacemos y, obviamente, sale a relucir el nombre de Máximo. También el de Domingo, a quien conoció en El Escorial. Nos veremos después.
La Sebastiana es una de los tres hogares que tuvo Pablo Neruda en Chile. En la parte alta de Valpo, toda ella tan sinuosa y panorámica. La cuesta arriba es una prueba de capacidad de esfuerzo físico que paso sin excesivos alardes. Me recuerda en esto a Lisboa, pero todas las comparaciones son odiosas. Del mar llega un aire fresco que, de no hacer sol, me daría frío. Es el Pacífico. En el museo del poeta grupos de escolares curioseando las estancias y los objetos diversos que gustaba coleccionar. Muchos de ellos traídos de diversos periplos. A estas alturas también yo voy acarreando algunos cachivaches, aunque mi mochila tiene sus límites.
En este centro de internet han detectado que mi pen-drive y mi cámara tienen virus informáticos. Es un cibercafé de barrio, conocido por Fireghost. Su responsable, Marcelo Ronal Ulloa Miranda, se aplica en resolver el problema. Últimamente, ya había percibido que mis fotos estaban saliendo mal. Tras copiar la información válida y formatear la memoria USB y la tarjeta sim, el asunto parece mejorar. Sin embargo, para que el virus desaparezca por completo de la cámara es necesario introducirle de nuevo el programa. Debería llevarla a un servicio oficial. ¿Cuándo? ¿Dónde? Bueno, mientras me deje algún recuerdo me vale, incluso siendo deficiente técnicamente. Es lo que hay.
El día siguiente continúo mi recorrido por los cerros. En los turísticos Concepción y Alegre tengo una conversación de más de una hora con un cartero. Nacido en el barrio, me explica que ese solar que fotografío fue el anexo de un instituto. Los edificios antiguos están hechos de adobe y recubiertos con chapa, para protegerlos del agua y la lluvia. Ese anexo se hizo conforme a las nuevas formas constructivas. Tras el terremoto de 1985 hubo que derribar lo que quedó de él. Todo lo contrario que con el tradicional, que sigue teniendo uso. Tiene ganas de hablar este hombre y yo de saber. Próximamente, habrá elecciones presidenciales en Chile. Me descubre su voto y sus expectativas. Me despido preguntándole por un lugar bueno donde comer empanada.
Bromeo con Amparo a propósito de que en esta velada hogareña haya juntado tantos amigos. Espero que no hayan venido por mí, si no tendré que mostrarme interesante e ingenioso. O en su defecto, exótico y extravagante. Afortunadamente, no se trata de eso; así que el ambiente es muy relajado. Como su anfitriona. El viento oceánico sopla y por este viajero destemplado cenamos en el interior. Un salmón y una pizza bien ricas. Estoy empezando a aprender algunos chilenismos, como el universal "¿cachai?". Claro que sí. Gracias. Después de tantos días en el camino, se agradece que el calor del hogar te abra sus puertas.

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