lunes, 9 de noviembre de 2009

Fronteras
















En la ida en ônibus a Iguazú (en realidad a Foz de Iguaçú, ya que venía de Sao Miguel das Missoes) hice lo que suelo hacer siempre: fijarme en las personas de mi alrededor. Para mí no tiene sentido viajar sólo por la curiosidad del lugar. Por muy maravillosa que pueda ser su naturaleza o su arquitectura, si no contacto con la gente local la experiencia me parece incompleta. Me gusta sentir que, al menos temporalmente, formo parte de ese entorno. Y para creérmelo, necesito entender qué mueve a mis semejantes. En tal trayecto esa voluntad resultó ardua. Por mi desconocimiento del portugués me tuve que limitar a observar y a intentar interpretar los sonidos. Una cosa sí me pareció clara: no hacían turismo. ¿A qué iban?
Justo antes de llegar al destino comenzaron a aparecer carteles que invitaban a visitar la Mona Lisa de Paraguay. Incógnita pendiente de resolver. Una conversación robada hacía hablar a dos mujeres de mediana edad sobre su propósito de comerciar en Paraguay. ¿Paraguay? En los límites del final del río Iguazú, unos pocos kilómetros después de las cataratas, se encuentran las fronteras de tres países: Argentina, Brasil y Paraguay.
Mi primera experiencia de frontera en ese límite consistió en pasar, a mi llegada, de Foz a Puerto Iguazú. Tuve que montarme en dos ônibus, uno en la estación central y otro en una estación complementaria que derivaba a la parte argentina. El segundo de ellos se paraba en el control brasilero sin esperar por ti, con lo que, tras mostrar tu pasaporte, estabas obligado a esperar al siguiente servicio. Un recorrido de pocos kilómetros que llevaría más de 90 minutos. Ese mismo día y por aprovechar el tiempo, volvería a Brasil otra vez. En este caso para entrar en la zona de sus cataratas. Dos sellos de entrada y dos de salida con unas pocas horas de diferencia. Trámites para turistas.
Cuando ya había cumplido con los Iguazú brasileño y argentino, contradiciendo mi previsión de estar allí dos jornadas, decidí permanecer una más. La razón: contactar con las formas de vida de la gente local, marcadas por la existencia de una frontera entre tres países con características distintas.
Lo que me habían contado presentaba rasgos muy llamativos. Una población desarrollada a partir de las oportunidades de estar en la frontera. Ciudad del Este, la segunda en importancia en Paraguay, justo después de su capital, Asunción. Uno de los mercados de referencia para el contrabando, donde se podían comprar armas de largo alcance, drogas y mujeres o niños esclavos. ¿Sería verdad?
Llegar a Ciudad del Este desde Puerto Iguazú era una operación sencilla. Bastaba pagar el billete de un transporte regular que, parando en el control argentino, pero no en el brasileño (a pesar de atravesar Foz; aunque, eso sí, sin abrir las puertas), te dejaba en el lado paraguayo del curiosamente denominado Puente de la Amistad. Entonces, tiendas, tinglados y vendedores ambulantes ofreciéndote sus productos. Los grandes almacenes Mona Lisa presidiendo esa calle central, repleta de brasileños y argentinos en busca del mejor precio.
No pude comprobar que se traficara con mercancías de naturaleza criminal, aunque me quedó la impresión de que podía ser posible. Mucha electrónica, mucho textil. Tiendas, por ejemplo, de toallas que vendían igualmente ventiladores. Cuando me enseñaban material que rechazaba con un "no, gracias, no me interesa", me preguntaban "¿qué buscas, amigo?". Imagínate indicarles la curiosidad de valorar las calidades de algún misil, para, después de verlo, decirles que ya volverías a por él en otro momento, que te lo tenías que pensar. Un vendedor que llevaba memorias USB en la mano quiso descubrir en mí a un cliente necesitado, al tratar de colocarme sus viagras... Me fui de allí sólo con 12 pares de calcetines. Sospecho que no, como me habían asegurado, de algodón cien por cien.
No hay puente entre Paraguay y Argentina, por eso había que pasar por Brasil y su Puente de la Amistad. Me lo explicó un guaraní que vendía sus artesanías en el Hito de las Tres Fronteras. Me señaló donde terminaban las aguas grandes del Iguazú y donde conectaban con el Paraná. Una realidad al margen de divisiones políticas o administrativas. Si lo piensas bien, es normal que el país más chico de los tres sea el que juegue al límite. Y que los otros dos lo toleren.

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