viernes, 13 de noviembre de 2009

Patria












Mamá, esta ciudad se llama como tú y me tomé en serio averiguar cómo trata a sus hijos. También tenía otros asuntos en la agenda: encontrarme con las hermanas de Marisa (compañera de trabajo de Manolo, a las que lamentablemente no pude conocer) y descubrir si las "minas" locales eran tan guapas como me habían dicho. Antes de partir a Rosario desde Puerto Iguazú, me surgió una apuesta con una recepcionista del Hostel a propósito de quién podría ser el deportista de referencia en la localidad, cuyo motivo y resultado final encontrará el lector a su debido momento.
Las visitas de rigor me llevaron inicialmente a la Costanera o paseo litoral. Era sábado noche y tenía bastante ambiente; jóvenes, mayormente, comiendo y bebiendo en terrazas. Exactamente lo mismo que hice yo, siguiendo una indicación de Federico, del Hostel La Casona de Don Jaime. Me cené una ensalada de papas con atún y no sé qué ingrediente más, ya que, aunque no lo haya contado aún, el asado ya lo había degustado varios días seguidos. Después de tener una breve conversación con una pareja de veinteañeros de una mesa cercana a la mía, se me abrían varias posibilidades para esa jornada y las siguientes. No obstante, tenía cansancio acumulado y no iba a aguantar lo suficiente como para comprobarlas todas.
Me encaminé hacia una de las referencias obtenidas, el Café Berlín, donde suele haber actuaciones. En esta ocasión, el escenario lo ocupaba un grupo de teatro con una obra de crítica a la televisión. La gente se reía. Entre los presentes, efectivamente, muchas mujeres, incluídas las camareras, de buen ver. Me entretuve hasta que el sueño me pudo y decidí irme a dormir, aunque me quedaron ganas de quedarme. En el regreso paso por la Plaza de la Cooperación, presidida por un enorme mural del Che. Próximo quedaba el lugar donde nació. Días después, cuando me acerqué, me sorprendió que aquel acontecimiento apenas se citaba en un pequeño cartel al frente de la fachada de un edificio habitado por clase media acomodada. ¿Es así como Rosario trataba a sus hijos, con displicencia?
La apuesta que surgió en Iguazú consistía en encuestar a 5 hombres y 5 mujeres sobre la figura deportiva local más importante. Surgió como una coña, a propósito de que dije que era la tierra del futbolista Leo Messi y que, seguro, me iban a mostrar su casa. Su contrincante era Luciana Aymar, jugadora de Hockey sobre hierba multigalardonada. La apuesta me dió una excusa para hablar con lugareños y lugareñas mientras pateaba la ciudad.
Buscando huellas sobre las criaturas de Rosario, apunto la siguiente inscripción: "Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores y la América del Sur será el templo de la independencia y de la libertad". Puro panamericanismo, pero la frase no es del Che. La pronunció el general Belgrano, uno de los líderes de la independencia y creador de la enseña argentina. De hecho, Rosario cuenta con un Monumento a la Bandera, por haber sido su cuna en aquellos tiempos convulsos de principios del siglo XIX. Un grupo de escolares hace formación para inmortalizar su tributo a este símbolo nacional. Sus profesores intentan con dificultad que se organicen adecuadamente. Me resulta extraña la devoción profesada. La patria como clave de tu identidad. No es una cuestión secundaria: entender a los otros es imprescindible para saber quién soy. Al menos, como personaje de este relato pequeñito.
Gano la encuesta. Messi es elegido por 6 personas, Aymar por 3, Bielsa (entrenador de la selección chilena de fútbol) por 1. Mi excusa para entablar conversación ha generado alguna situación curiosa. Al abordar a varias pibas para saber su opinión sobre asunto tan crucial, despierto inicialmente desconfianza; a los tíos, también, pero por otros motivos. Deben estar muy acostumbradas a que las piropeen o las interrumpan con cualquier pretexto. El mío debe ser de los pelotudos, ya lo sé, pero soy extranjero y actúa el beneficio de la duda. Prometo que mi fin es loable: todo por la ciencia. Finalmente, hasta despierta curiosidad. Eso sí, una vez resuelta la incógnita cada uno sigue su curso.
El General Belgrano aparece de nuevo ante mí. Una delegación de ex combatientes de las Malvinas se congregan en el Hostel. "Bienvenidos a quienes nos defendieron!!! Delegación Punta Alta", escrito en la pizarra del vestíbulo. Uno de ellos entrega una lámina al dueño del negocio, con una foto del Crucero General Belgrano "a horas de su última zarpada, Ushuaia 1982. Por siempre estarás navegando en nuestra historia" (fue hundido con su tripulación de 323 militares, de un total de 649 bajas argentinas en el conflicto).
Entro en la cocina y me topo con ellos.
-¿De dónde sós?, inquieren.
-¿Encuentro entre viejos camaradas?, me atrevo a decir.
-Nos juntamos una vez al año para hacer una olimpiada deportiva.
No tienen, como si vi en la Plaza de Mayo bonaerense, un afán reivindicativo. La mayoría son o fueron soldados profesionales. Cobran su paga como ex combatientes. Se juntan para curar una herida invisible. Una guerra que perdieron. Una vida truncada desde, incluso, los 16 ó 17 años. Los camaradas, con los que no se habla de lo que pasó, pero que son los únicos que pueden comprender ese hondo sentimiento. Ese miedo que no te abandona y que intentas borrar participando en un partido de fútbol, mientras das apoyo a tu equipo o clamas contra las injusticias del árbitro.
Soy el extranjero aquí, no hace falta que me lo recuerden. Sus sentimientos no me resultan indiferentes, sin embargo, por eso quiero detenerme con todos los que se cruzan en mi camino. ¿No he venido a eso?

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