Es importante para mí dejar constancia de todos los lugares por los que paso. En el presente, para que quienes siguen este blog reconstruyan mi imprevista ruta. Me hace sentir que mi experiencia es compartida. En el futuro, para ayudarme a recordar. Por esta razón intento contar siempre algo de cada sitio, independientemente de cuál haya sido mi peripecia. Quizá tampoco sea el momento de valorar. La conclusión, al final del camino.
Nada más llegar a Mendoza desde Córdoba, el conductor del ómnibus (o mejor, uno de ellos), reconoce mi tonada. "¿De dónde sos, gallego?". Vivió en Málaga, trabajando como camionero de largos recorridos. Está a punto de retirarse, espera cobrar parte de su paga española y puede que se asiente de nuevo en Andalucía. Con las enormes distancias que hay en Argentina, los chóferes están muy bien pagados. Unas estudiantes de Medicina madrileñas, en intercambio en Córdoba, a las que me encontré en Iguazú, decían que éstos ganaban más que muchos médicos.
Este hostel de Mendoza debe ser lujoso, porque incluye en su precio el traslado en taxi desde la terminal. Son las 7:30 y debo esperar a que abran su oficina. Mientras hago tiempo se me acerca un individuo. Chileno, acaba de venir de Santiago. No en vano, es éste un punto fronterizo clave, a través de los Andes. Me pregunta dónde se puede cambiar dinero. Desconfío. Soy el único a la puerta de la agencia vinculada al hostel, su encargado me invita a entrar. Me explica que en Mendoza se pueden hacer dos cosas: montaña y vino. Honestamente, sólo conocía la segunda. Será un poco de todo, ¿no?
Va a ser complicado cumplir el programa de vino y montaña por mí mismo. Los transportes públicos no hacen las paradas requeridas. Tengo que contratar excursiones. No me gusta. Pienso que pueden condicionar mi experiencia; además de que me aleja del contacto con la gente local. Pero lo voy a hacer.
Mi ropa está sucia. La llevo a una lavandería, donde charlo con una mendocina. Mi impresión de su ciudad, basada en la arquitectura de la terminal y de otros edificios divisados por la autopista, es que aquí hay "plata". Para hacer tiempo, paseo. Un parque casi tan grande como el resto del casco urbano. Aquí hay dinero. Luego descubriré que este territorio está muy expuesto a movimientos sísmicos y sus construcciones son, por este motivo, modernas.
Contrato dos "tours". Los que llaman Alta montaña y Bodegas. Presumo que no voy a quedar satisfecho. Podía haberme quedado con la oferta de "rafting" o "rappel", tan exitosa entre mis compañeros de alojamiento. Sin embargo, no me seduce la idea de dejar de lado la Historia. Sólo geografía para estimular la euforia física. En la base de los casi 7.000 metros del cerro Aconcagua, fotos a un paisaje inédito para mí y sensación de frío. Al día siguiente, unas degustaciones hechas para vender botellas. Busco el lado positivo. Las huellas de la Historia y de sus personajes. San Martín, el héroe de la Independencia argentina, formando su ejército en este nudo limítrofe. El sabor del Malbec, aprovechando la labor de los indígenas huarpes. Su esfuerzo en canalizar el agua de las cumbres nevadas hasta los valles secos.
Barbacoa organizada. Asado. Aceptan darme la entraña a mí. Total, los otros comensales no saben mucho del tema. Más interesados en el tequila gratis. Música. Fiesta. Algunos y algunas argentinas de vacaciones. Bailo. Bebo. Pero me divierte más conversar con los trabajadores del hostel. Al final, pena de dejarles. La afectividad es así.
ya me siento más aliviada, no encontraba el olor en tus relatos y aquellos 12 pares de calcetines me estaban preocupando.
ResponderEliminarMariajo